En las montañas de Barbosa, Saúl Tapias cría truchas. Su historia, como la de sus animales, es la de alguien que nada contra la corriente.
Saúl Tapias toma un trago de tinto hecho en aguadepanela. Descansa antes de retomar la labor diaria: después de alimentar a sus truchas, debe arreglar las que pescó temprano en la mañana, esas que terminarán en la mesa de algún restaurante en Barbosa o en Concepción.
Sus manos han labrado el campo por varias décadas. En las montañas de Barbosa, justo al lado de la vía que de este municipio conduce a Concepción, ha estado su sustento. Fue caficultor durante 25 años, pero dejó el cultivo del café por la crisis del precio del grano y por la violencia que se vivía en las zonas rurales del país por cuenta de los enfrentamientos entre guerrillas, paramilitares y el Estado. Dejó su tierra, y esta olvidó que alguna vez había sido fértil, que había sido el sustento de una familia.
Saúl, en cambio, buscó suerte en Cartagena y allí no duró más que una semana. A su regreso a Barbosa, vio en Estados Unidos una oportunidad. Vivió allí durante cinco años. Regresó cuando venció su visa y llegó a probar suerte, nuevamente, con la agricultura. Esa vez no fue el café; empezó a investigar y recordó que, mientras fue caficultor, ingenieros de la Federación Nacional de Cafeteros les habían mostrado que otros caficultores criaban truchas como un ingreso adicional.
La truchera
El agua corre a borbotones. Fluye gélida y potente. Es fuente de vida, es oxígeno, es naturaleza. Y eso lo sabe Saúl. “Me enamoré de las quebradas y de los ríos”, cuenta, mientras le da otro sorbo a su café. Para él, cuidar de su truchera es cuidar las fuentes hídricas que bajan por las laderas. “Hay que estar pendientes de todo lo que hay alrededor porque un cambio en el agua puede ser perjudicial para los peces”, cuenta.
Las truchas necesitan vivir en aguas inquietas: “Son muy exigentes con el oxígeno”.
Una noche de lluvia fue suficiente para acabar con la vida de más de 100 truchas. “Al principio, no conocía muy bien los animales. La lluvia arrastró muchas hojas y ramas, que taparon las bocas del agua que surte los tanques donde viven. Al quedarse sin flujo de agua, los tanques no tenían suficiente oxígeno, y esto fue mortal”, explica.
El agua corre a borbotones. Fluye gélida y potente. Es fuente de vida, es oxígeno, es naturaleza.
Hoy, sabe que su truchera es un trabajo que exige atención las 24 horas del día, los siete días de la semana. Antes de salir de vacaciones o de ausentarse por largos periodos, tiene que tener la certeza de que alguien estará pendiente del criadero.
El futuro
Saúl inició un proyecto de convertir su truchera en una reserva ecológica. Su experiencia en construcción le ha permitido cumplir ese sueño. Hoy tiene un kiosko y una pequeña obra que, en un futuro cercano, será una habitación para alojar turistas interesados no solo en las truchas, sino en recorrer las montañas que hay a su alrededor, en escalar las cascadas y saltos de agua, en hacer ciclomontañismo, o, simplemente, en disfrutar de un paraíso que está solo a una hora y media en carro de Medellín.
Ha construido su truchera paso a paso. Lo primero fue garantizar el flujo de agua corriente. En cada uno de los cuatro tanques viven alevinos y truchas que su hijo le ayuda a comercializar en restaurantes y hogares del norte del área metropolitana.
Gracias a la formación que ha recibido de parte de instituciones como Interactuar, ha empezado a construir las bases de una pequeña empresa y hoy ha dejado de ser agricultor para convertirse en agroempresario.
Vive en el campo. Todos los días alimenta a sus pescados y los pesca de acuerdo con los pedidos. En un espacio especial de su hogar limpia, retira espinas y empaca las truchas y quedan listas para la distribución. Del pozo a la mesa.
En su visión de negocio, además de la pesca deportiva y del alojamiento, hay un restaurante. Ha empezado a sembrar sus propios vegetales para ser autosuficiente e, incluso, tiene un cultivo de caña de azúcar, pues su idea es que la bebida insignia de su futuro restaurante sea el guarapo.
Sentarse en el kiosko es disfrutar de la naturaleza, oír las cascadas de agua, esa misma que da vida no solo a la truchera de Saúl, sino a dos más. “Entre los tres nos ayudamos y trabajamos juntos”. Y eso es lo bonito del campo, que, antes de competir, el espíritu colaborativo es el que prima.
Saúl sueña que su truchera sea grande. Quiere más tanques e, incluso, cultivar sus propios alevinos. Al paso que va, seguro lo logra. Mientras toma el último trago de café, los ojos muestran orgullo. Su mirada se concentra en el futuro, en ver todo aquello que quiere lograr
A la trucha se la denomina en ocasiones el camaleón de los peces. Esto se debe a su facilidad para el mimetismo. Su tonalidad varía en función de la estación del año, la luz del sol, la edad e, incluso, del estado de ánimo. Cuando la trucha se siente en peligro, su coloración cambia de forma repentina.